jueves, 18 de noviembre de 2010

Cosas que me repatean el alma (Vol. I)

"Cosas que me repatean el alma"; así voy a llamar a esta nueva sección que aquí nace y a la que cuando le dedique una entrada, marcaré cinco cosas que me joden la vida:

  • La gente que se para en las aceras justo en medio -¡centro geométrico exacto!-: decía Aristóteles, ese filósofo griego amante de los niños cual San Chez Dragón, que la virtud está en el punto medio. Me parece correcto, sea dicho, pero en cuanto a la gente que en plena acera o camino se para a saludar, hablar, meterse el dedo en el culo y olerlo o hacerse un cañote, de verdad que no lo comparto. ¿Tan difícil es ponerse a un lado y no interrumpir la marcha de quien viene por detrás? Debe ser que sí, porque si no estuviese penado, cada vez que piso la calle me cargaría al menos a 4 ó5 personas sin sentir el más mínimo remordimiento, y a 9 ó10 si llueve y llevan paraguas y se pegan a las paredes, pero ése es otro tema. Para la próxima vez, un consejo: o bájense de la acera o les hago morder el bordillo. Palabrita del Niño Jezú.
  • La gente que trata a los demás con condescendencia: ¿quién coño os creéis para tratar con tan falsa comprensión a los demás?¿Acaso os consideráis mejor que el resto? Para vosotros un sonoro, poderoso y gelatinoso cuesco.
  • Los silencios incómodos: A todos nos ha pasado que, estando en algún sitio con alguien con quien no tenemos que hablar de algo en un determinado momento, o no sé ocurre nada para interrumpir un momento de silencio, comienza a tensarse ese silencio demasiado, y el tiempo comienza a pasar más lento que de costumbre -ya decía Einstein lo de la Relatividad del tiempo-. ¿Por qué a de ser tan incómodo ese momento de silencio?¿Es que ya se ha acabado la magia, el flow, la chispa,...? Lo cierto es que no, pero si el tema de conversación se ha agotado, pues o a otra cosa, o en silencio que nos quedamos, tranquilitos, que el silencio en nuestros días es una rareza enorme. Y ya puestos, más que la incomodidez que supone ese silencio, me revienta la gente que lo rompe poniéndose a hablar de cualquier gilipollez, que entran ganas de decirle: -"mira, bonico/ca, prefiero que el silencio pite en mis oídos hasta hasta que me sangren, a que pronuncies una sola palabra más, porque si lo haces, te hago morder el bordillo". Seguramente después de decir esto, el silencio que se crea sea incómodo. Disfrutadlo sin agobio.
  • Los perros locos: Yendo por la calle, más de una vez pasamos junto a alguien que lleva un perro y en ese instante el chucho se pone hecho una fiera a ladrar como una madre cuando llegas tarde a casa -basado en hechos reales-, descosido, como ido de la cabeza, dándonos un susto épico. Pues bien, esto me enerva muchísimo: vamos a ver, perrete, ¿te he hecho algo?¿te he mordido los cojones para que ahora quieras hacérmelo tú?¿te he pisado y te sienta mal?. Pues en los dos casos, primero aprende a hablar para dirigirte a mí, hijo de perra, y en el segundo, crece o ponte un chaleco reflectante para que pueda verte, porque mi orgullo me impide bajar la cabeza para percatarme de la mierda de perro que eres. El dueño puede o no sujetarlo, pero si no, sabe a lo que se expone.
  • Las empresas telefónicas: toda palabra malsonante, dura o cruel que haya podido emplear antes, va dedicada con todo mi esfuerzo a esas grandes compañías por timadoras, chorizas y asesinas de sueños y de ganas de hablar largo y tendido.